París,
caminada por
millones de pies,
gastada por
miles de llantas.
Ando errante
por tus calles,
solo, hasta el
horror,
ni un rostro
amigo,
hasta el
horror,
ni un alma.
Alrededor mío,
los autos
fantasean una danza.
Alrededor mío,
desde sus
fauces de dragones-pescados y luises,
silba y cae el
agua de las fuentes.
Llego a la
plaza de la Concordia,
y espero a que
venga a la cita,
cruzando la
niebla,
surgiendo tras
las casas apiladas,
la torre de
Eiffel.
¡Chist…!
Torre,
más despacio,
que la pueden
ver.
La luna, tema
de guillotina,
asiste a
nuestra cita.
Me acerqué a
ella,
susurrándole en
la radio-oreja.
He aquí lo que
le digo:
-He hecho
propaganda a los edificios y a las cosas.
Nosotros,
sólo esperamos
su aprobación.
Torre,
¿quiere encabezar
la insurrección?
Torre,
nosotros la
elegimos jefe.
Usted,
modelo de genio
y técnica,
no debe quedar
aquí,
ocultando sus
contornos Apollinarios.
No es para
usted,
este lugar de
podredumbre,
París de
prostitutas,
la Bolsa,
y los “poetas”.
Los Metró están
de acuerdo.
Los Metró están
conmigo.
Ellos,
arrojarán al
público,
de su
embaldosados vientres.
Y la sangre
nueva,
lavará las
paredes,
de los afiches
de polvo y perfume.
Ellas,
-las paredes-
están
convencidas.
Ellas no quieren
ser esclavas de los avisos lujosos,
ellas saben que
les sienta mejor a la cara,
nuestros agudos
carteles de lucha.
¡Torre!
¡No tenga miedo
a las calles!
Si el Metró no
suelta la gente,
la calle lo
castigará con los rieles.
Yo levantaré el
motín de los rieles.
¿Teme?
Los tractores
vendrán en columnas,
nos defenderán.
Vendrá
Rive-gauche en nuestra ayuda.
¡No tema!
Ya me puse de
acuerdo con los puentes.
Vadear los
ríos,
no es fácil.
Los puentes,
se levantarán
de golpe,
movidos por el
encono,
cerrando las
entradas a la ciudad,
por todos los
costados de París.
Al primer
llamado,
se amotinarán
los puentes,
arrojando a los
peatones,
con su toros de
piedra.
Se rebelarán
todas las cosas,
las cosas,
ya no pueden
soportar más,
este orden de
cosas.
Pasarán quince
años o veinte,
se ablandará el
acero,
y las mismas
cosas
se lo aseguro,
irán solas,
a venderse por
las ferias de Montmartre.
¡Torre vamos!
Venga con
nosotros.
Usted,
allá, en casa,
nos hace más
falta.
¡Venga con
nosotros!
La recibiremos,
con el brillo
de nuestros aceros.
La recibiremos,
con más ternura
que al primer amante amado.
¡Vamos a Moscú!
Torre,
allá tenemos
más lugar.
Usted,
tendrá todas
las calles que quiera.
Nosotros,
la cuidaremos,
cien veces al
día,
lustraremos su
acero y su cobre,
y quedará como
el sol.
Deje,
que su ciudad-,
París de tontas
pitucas,
París de
bulevares abribocas,
acabe sola,
enterrada en el
cementerio del Louvre,
con el
vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.
¡Adelante!
¡Marche!
¡Marche con sus
cuatro patas poderosas,
remachadas
según lo planos de Eiffel,
para que en
nuestro cielo,
asome tu frente
de radio,
para que
nuestras estrellas,
ante ti se
avergüencen!
¡Decídase,
torre!
Hoy se levantan
todos,
removiendo a
París,
desde la cabeza
hasta los pies.
¡Vamos,
venga con
nosotros a la URSS!
¡Venga, con
nosotros!
Yo,
le conseguiré
el pasaporte.
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