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martes

CONVERSANDO CON LA TORRE EIFFEL Vladímir Mayakovski

París,

caminada por millones de pies,

gastada por miles de llantas.

Ando errante por tus calles,

solo, hasta el horror,

ni un rostro amigo,

hasta el horror,

ni un alma.

Alrededor mío,

los autos fantasean una danza.

Alrededor mío,

desde sus fauces de dragones-pescados y luises,

silba y cae el agua de las fuentes.

Llego a la plaza de la Concordia,

y espero a que venga a la cita,

cruzando la niebla,

surgiendo tras las casas apiladas,

la torre de Eiffel.

¡Chist…!

Torre,

más despacio,

que la pueden ver.

La luna, tema de guillotina,

asiste a nuestra cita.

Me acerqué a ella,

susurrándole en la radio-oreja.

He aquí lo que le digo:

-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.

Nosotros,

sólo esperamos su aprobación.

Torre,

¿quiere encabezar la insurrección?

Torre,

nosotros la elegimos jefe.

Usted,

modelo de genio y técnica,

no debe quedar aquí,

ocultando sus contornos Apollinarios.

No es para usted,

este lugar de podredumbre,

París de prostitutas,

la Bolsa,

y los “poetas”.

Los Metró están de acuerdo.

Los Metró están conmigo.

Ellos,

arrojarán al público,

de su embaldosados vientres.

Y la sangre nueva,

lavará las paredes,

de los afiches de polvo y perfume.

Ellas,

-las paredes-

están convencidas.

Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,

ellas saben que les sienta mejor a la cara,

nuestros agudos carteles de lucha.

¡Torre!

¡No tenga miedo a las calles!

Si el Metró no suelta la gente,

la calle lo castigará con los rieles.

Yo levantaré el motín de los rieles.

¿Teme?

Los tractores vendrán en columnas,

nos defenderán.

Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.

¡No tema!

Ya me puse de acuerdo con los puentes.

Vadear los ríos,

no es fácil.

Los puentes,

se levantarán de golpe,

movidos por el encono,

cerrando las entradas a la ciudad,

por todos los costados de París.

Al primer llamado,

se amotinarán los puentes,

arrojando a los peatones,

con su toros de piedra.

Se rebelarán todas las cosas,

las cosas,

ya no pueden soportar más,

este orden de cosas.

Pasarán quince años o veinte,

se ablandará el acero,

y las mismas cosas

se lo aseguro,

irán solas,

a venderse por las ferias de Montmartre.

¡Torre vamos!

Venga con nosotros.

Usted,

allá, en casa,

nos hace más falta.

¡Venga con nosotros!

La recibiremos,

con el brillo de nuestros aceros.

La recibiremos,

con más ternura que al primer amante amado.

¡Vamos a Moscú!

Torre,

allá tenemos más lugar.

Usted,

tendrá todas las calles que quiera.

Nosotros,

la cuidaremos,

cien veces al día,

lustraremos su acero y su cobre,

y quedará como el sol.

Deje,

que su ciudad-,

París de tontas pitucas,

París de bulevares abribocas,

acabe sola,

enterrada en el cementerio del Louvre,

con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.

¡Adelante!

¡Marche!

¡Marche con sus cuatro patas poderosas,

remachadas según lo planos de Eiffel,

para que en nuestro cielo,

asome tu frente de radio,

para que nuestras estrellas,

ante ti se avergüencen!

¡Decídase, torre!

Hoy se levantan todos,

removiendo a París,

desde la cabeza hasta los pies.

¡Vamos,

venga con nosotros a la URSS!

¡Venga, con nosotros!

Yo,

le conseguiré el pasaporte.

 

 


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